Gustavo Adolfo Bécquer
Poeta español nacido en Sevilla en 1836 y fallecido en Madrid en 1870.
Es uno de los grandes poetas románticos del siglo XIX. Sus rimas suponen el punto de partida de la poesía moderna española. Se inició en el arte pintando al lado de su padre y hermano, pero la abandonó en 1854 cuando se dedicó por completo a la literatura.
Autor también de «Historia de los templos de España» y «Cartas literarias a una mujer».
su amor de las entrañas me arranqué,
¡aunque sentí al hacerlo que la vida
me arrancaba con él!
Del altar que le alcé en el alma mía
la Voluntad su imagen arrojó,
y la luz de la fe que en ella ardía
ante el ara desierta se apagó.
Aun para combatir mi firme empeño
viene a mi mente su visión tenaz…
¡Cuándo podré dormir con ese sueño
en que acaba el soñar!
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin o con los ojos
o con el pensamiento.
Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡Tan hondo era y tan negro!
cuyas piedras el tiempo enrojeció,
obra de cincel rudo campeaba
el gótico blasón.
Penacho de su yelmo de granito,
la yedra que colgaba en derredor
daba sombra al escudo en que una mano
tenía un corazón.
A contemplarle en la desierta plaza
nos paramos los dos.
Y, ese, me dijo, es el cabal emblema
de mi constante amor.
¡Ay!, es verdad lo que me dijo entonces:
verdad que el corazón
lo llevará en la mano… en cualquier parte…
pero en el pecho no.
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿sabes tú a dónde va?
las violetas suave olor,
brumas de plata la noche fría,
luz y oro el día,
yo algo mejor;
¡yo tengo Amor!
ola de envidia que besa el pie.
Isla de sueños donde reposa
el alma ansiosa.
Dulce embriaguez
¡la Gloria es!
sombra que huye la vanidad.
Todo es mentira: la gloria, el oro,
lo que yo adoro
sólo es verdad:
¡la Libertad!
la eterna canción
y a golpe de remo saltaba la espuma
y heríala el sol.
-¿Te embarcas? gritaban, y yo sonriendo
les dije al pasar:
Yo ya me he embarcado, por señas que aún tengo
la ropa en la playa tendida a secar.
encendido el color, breve el aliento,
apoyada en mi brazo
del salón se detuvo en un extremo.
Entre la leve gasa
que levantaba el palpitante seno,
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.
Como en cuna de nácar
que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
tal vez allí dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.
¡Oh! ¡quién así, pensaba,
dejar pudiera deslizarse el tiempo!
¡Oh! si las flores duermen,
¡qué dulcísimo sueño!
no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una oda solo es buena
de un billete del Banco al dorso escrita.
No faltará algún necio que al oírlo
se haga cruces y diga:
Mujer al fin del siglo diez y nueve
material y prosaica… ¡Boberías!
¡Voces que hacen correr cuatro poetas
que en invierno se embozan con la lira!
¡Ladridos de los perros a la luna!
Tú sabes y yo sé que en esta vida,
con genio es muy contado el que la escribe,
y con oro cualquiera hace poesía.
no te amarge la hez?
Pues aspírale, acércale a tus labios
y déjale después.
¿Quieres que conservemos una dulce
memoria de este amor?
Pues amémosnos hoy mucho y mañana
¡digámosnos, adiós!
acarició mi oído
como nota de música lejana,
el eco de un suspiro.
El eco de un suspiro que conozco,
formado de un aliento que he bebido,
perfume de una flor que oculta crece
en un claustro sombrío.
Mi adorada de un día, cariñosa,
-¿En qué piensas? me dijo:
-En nada… -En nada ¿y lloras? – Es que tengo
alegre la tristeza y triste el vino.
leo de tus pupilas en el fondo.
¿A qué fingir el labio
risas que se desmienten con los ojos?
¡Llora! No te avergüences
de confesar que me quisiste un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre… y también lloro.
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
domando el rebelde mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
capaz de encerrarle, y apenas ¡oh! ¡hermosa!
si teniendo en mis manos las tuyas
pudiera al oído cantártelo a solas.
hace de un tronco a su capricho un dios
y luego ante su obra se arrodilla,
eso hicimos tú y yo.
de la mente ridícula invención
y hecho el ídolo ya, sacrificamos
en su altar nuestro amor.
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga "¡Levántate y anda!"
XIV
y pasa junto a mí
y pasa sonriéndose y yo digo
¿Cómo puede reír?
máscara del dolor,
y entonces pienso: -Acaso ella se ríe,
como me río yo.
cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá.
riza y empuja en el mar
y rueda y pasa y se ignora
qué playa buscando va.
brilla próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será.
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni a dónde
mis pasos me llevarán.
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de dónde estaba.
en ira y en piedad se anegó el alma
¡y entonces comprendí por qué se llora!
¡y entonces comprendí por qué se mata!
logré balbucear breves palabras…
¿Quién me dio la noticia?… Un fiel amigo…
Me hacía un gran favor… Le di las gracias.
de tus suspiros es.
Yo conozco la causa de tu dulce
secreta languidez.
sabrás, niña, por qué:
Tú acaso lo sospechas,
y yo lo sé.
y lo que en sueños ves;
como en un libro puedo lo que callas
en tu frente leer.
sabrás, niña, por qué:
Tú acaso lo sospechas
y yo lo sé.
y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.
sabrás, niña, por qué:
mientras tú sientes mucho y nada sabes,
yo que no siento ya, todo lo sé.
coronado de fuego levantarse,
y a su beso de lumbre
brillar las olas y encenderse el aire!
del triste Otoño en la azulada tarde,
de las húmedas flores
el perfume aspirar hasta saciarse!
la blanca nieve silenciosa cae,
de las inquietas llamas
ver las rojizas lenguas agitarse!
dormir bien… y roncar como un sochantre…
y comer… y engordar… ¡y qué fortuna
que esto sólo no baste!
XIX
junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en el mundo
junto al volcán la flor.
XX
¡y siempre igual!
Un cielo gris, un horizonte eterno
y andar… andar.
máquina el corazón;
la torpe inteligencia del cerebro
dormida en un rincón.
buscándole sin fe;
fatiga sin objeto, ola que rueda
ignorando por qué.
canta el mismo cantar,
gota de agua monótona que cae
y cae sin cesar.
uno de otros en pos,
hoy lo mismo que ayer… y todos ellos
sin gozo ni dolor.
del antiguo sufrir!
¡Amargo es el dolor pero siquiera
padecer es vivir!
en mi pupila tu pupila azul.
¡Qué es poesía!, ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.
por una sonrisa, un cielo,
por un beso… yo no sé
qué te diera por un beso.
con sus dedos de rosa nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu
en vuelo presuroso?
de la brisa nocturna al tenue soplo,
alado sube a la región vacía
a encontrarse con otros?
allí los lazos terrenales rotos,
breves horas habita de la idea
el mundo silencioso?
y guarda un rastro del dolor y el gozo,
semejante al que deja cuando cruza
el cielo un meteoro?
vive fuera o va dentro de nosotros:
Pero sé que conozco a muchas gentes
a quienes no conozco.
desnudas las espadas,
en el dintel de oro de la puerta
dos ángeles velaban.
que defienden la entrada,
y de las dobles rejas en el fondo
la vi confusa y blanca.
que en leve ensueño pasa,
como rayo de luz tenue y difuso
que entre tinieblas nada.
deseo llena el alma;
como atrae un abismo, aquel misterio
hacia sí me arrastraba.
parecían decirme las miradas
-El umbral de esta puerta
sólo Dios lo traspasa.
perderse a lo lejos,
al través de una gasa de polvo
dorado e inquieto,
me parece posible arrancarme
del mísero suelo
y flotar con la niebla dorada
¡en átomos leves
cual ella desecho!
oscuro del cielo
las estrellas temblar como ardientes
pupilas de fuego,
me parece posible a dó brillan
subir en un vuelo,
y anegarme en su luz, y con ellas
en lumbre encendido
fundirme en un beso.
ni aún sé lo que creo;
sin embargo estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro.
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!
¡No podía ser!
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!
¡No podía ser!
uno a arrollar, el otro a no ceder:
la senda estrecha, inevitable el choque…
¡No podía ser!
las leves ondas que jugando riza;
el sol besa a la nube en occidente
y de púrpura y oro la matiza;
por besar a otra llama se desliza
y hasta el sauce inclinándose a su peso
al río que le besa, vuelve un beso.
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu mano
la ancha herida mortal.
en su empeño tenaz
se sentará a las puertas de la Muerte,
esperándote allá.
los años volarán,
y a aquella puerta llamarás al cabo…
¿Quién deja de llamar?
la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
como en otro Jordán.
temblando a morir va,
como la ola que a la playa viene
silenciosa a expirar.
abre una eternidad.
Todo cuanto los dos hemos callado
allí lo hemos de hablar.
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
como un punto de luz radia una idea
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.
en cuya absurda fábula
lo cómico y lo grave confundidos
risas y llanto arrancan.
que al fin de la jornada
a ella tocaron lágrimas y risas
y a mí, sólo las lágrimas.
las alas de tul del sueño
y tus tendidas pestañas
semejan arcos de ébano,
por escuchar los latidos
de tu corazón inquieto
y reclinar tu dormida
cabeza sobre mi pecho,
¡diera, alma mía,
cuanto poseo,
la luz, el aire
y el pensamiento!
en un invisible objeto
y tus labios ilumina
de una sonrisa el reflejo,
por leer sobre tu frente
el callado pensamiento
que pasa como la nube
del mar sobre el ancho espejo,
¡diera, alma mía,
cuanto deseo,
la fama, el oro,
la gloria, el genio!
y se apresura tu aliento,
y tus mejillas se encienden
y entornas tus ojos negros,
por ver entre sus pestañas
brillar con húmedo fuego
la ardiente chispa que brota
del volcán de los deseos,
diera, alma mía,
por cuanto espero,
la fe, el espíritu,
la tierra, el cielo.
de pasear una cabeza loca
se halla cansado al fin y no lo extraño
pues aunque es la verdad que no soy viejo,
en la vida del mundo, por mi daño
he hecho un uso tal, que juraría
que he condensado un siglo en cada día.
no podría decir que no he vivido;
que el sayo, al parecer nuevo por fuera,
conozco que por dentro ha envejecido.
harto lo dice ya mi afán doliente;
que hay dolor que al pasar su horrible huella
graba en el corazón, si no en la frente.
XXXIII
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama.
a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan.
a morir sobre una playa
y que al romper se coronan
con un penacho de plata.
que del lago se levantan,
y al juntarse allá en el cielo
forman una nube blanca.
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden,
eso son nuestras dos almas.
de la revuelta cama me senté,
mudo, sombrío, la pupila inmóvil
clavada en la pared.
la embriaguez horrible de dolor,
expiraba la luz y en mis balcones
reía el sol.
en qué pensaba o qué pasó por mí;
sólo recuerdo que lloré y maldije,
y que en aquella noche envejecí.
XXXV
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
XXXVI
del pasado a evocar,
temblando brilla en sus pestañas negras
una lágrima pronta a resbalar.
del rocío al pensar
que cual hoy por ayer, por hoy mañana
volveremos los dos a suspirar.
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada.
XXXVIII
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquéllas que aprendieron nuestros nombres…
ésas… ¡no volverán!
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día…
ésas… ¡no volverán!
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido… desengáñate,
nadie así te amará.