AMOR
APERGAMINADO POR ANDRÉ BRETON
Cuando las ventanas, lo mismo
que la mirada del chacal y el deseo, taladran la aurora, unas cabrias
de seda me levantan sobre las pasarelas del suburbio. Llamo entonces a
una muchacha que sueña en la casita dorada; se une a mí sobre el montón
de musgo negro y me ofrece sus labios, que son piedras al fondo de un
río presuroso. Velados presentimientos descienden los escalones de los
edificios. Lo mejor es huir de los grandes cilindros cuando los
cazadores cojean en las tierras destempladas. Si se toma un baño en el
muaré de las calles, la infancia regresa a la patria, galga gris. El
hombre busca su presa por los aires y los frutos se secan entre las
rejas de papel rosa, a la sombra de los nombres desmesurados por el
olvido. Las alegrías y las penas se esparcen por la ciudad. El oro y el
eucalipto, de igual aroma, atacan los sueños. Entre los frenos y los
edelweis sombríos reposan formas subterráneas semejantes a corchos de
perfumistas.
De “Claro de tierra”
Versión de Manuel Álvarez Ortega