Amaños, arterias, trucos del corazón que aplacan la conciencia cuando les damos vuelta. Francisco Díaz de Castro
Sospecho que jamás volveré a verte. Sospecho que será mi amor tan corto como el viaje en un tren de cercanías, que no apartarás, durante el trayecto, la mirada del libro que sostienes con firmeza entre las manos, ajena a la lluvia, al paisaje, a mi presencia.
Mientras, el silencio pasa rozándote, rozándonos los labios hablándome de ti, de la noche que se acerca insegura, humilde y vacía como la próxima estación, como el próximo fracaso.
Indiferente y sola, te marchaste. En el aire viciado del vagón quedó flotando el poso de la nostalgia. Perseguí a través del cristal el fantasma de un recuerdo, si hermoso o terrible, lo desconozco. Pero no renunciaré -porque me pertenece- a la lectura de ese joven cuerpo ala deriva, a inventar un pasado, a defender la bondad de los sueños.
Tal vez, años después, ya casi viejo, me arrepienta de las horas perdidas observando cómo el deseo mancha las paredes insomnes de la casa, cómo cubren de escombros y hojas muertas el jardín. Tal vez piense que, en el fondo, todo tiene un precio, que fabriqué una historia, una vida fantástica, irreal que -como advertía Rilke- debo olvidar para hacerla únicamente mía y que desdibujo sin pudor como argumento para emborronar unas cuartillas y engañar así al inocente lector que me cree sincero y siente, quizá, en su propia carne la herida informe, no cerrada del amor traicionado.
Depende de mí, de si continúo o no este juego que vivas o mueras. Con un golpe de suerte, con los dados trucados puedo desenmascararte.