Acabo de estrenar un coche de lujo. Nunca en mi vida
había tenido sino pequeños carros, modestos, mediocres,
más bien pobres instrumentos de trabajo.
Estuve alegre ayer todo el día, como cuando tuve bicicleta
a los once años.
¿Qué simbiosis se establece entre el objeto y uno
mismo? ¿Por qué la posesión de lo superfluo enaltece el
ánimo como una conquista?
Con sus 240 caballos de fuerza parece que aumentara
la fuerza de uno mismo, su capacidad de acción, su poderío.
Mi mujer y mis hijos están felices también. Nos hemos
paseado de un lado al otro admirando su vestidura
impecable, su palanca al piso, el espejo lateral que se
mueve desde dentro y tantas preciosidades que lo hacen
distinto.
¡Dios mío!, me pregunto, ¿esto es lo que llaman enajenación?,
¿o es el principio de mi decadencia?
Bueno, me digo, consolándome: todavía me faltan
dos años para pagarlo.