Resulta que a veces me cansa la vida. Que vacila en el aire mi último aliento, que es piedra y acero mi voz anudada, que en dejo de angustia se quiebra mi canto. Sucede que fluye una tensa apatía y me arde el respiro de cada minuto, y se vuelve el poema un hierro candente.
¿Por qué no me extiendes un soplo de sueños, un río que sea un espejo de granas estrellas, un beso de luna cuajando mi llaga de tiempo?
¿No quieres acaso mi niño en la huella trillando tus campos desnudos de estíos mirando las chacras detrás de tu senda?
Por qué no me mudas éste tajo de hacha y cuchilla, por qué no me sanas éste corazón de tierra morena. Deja que el sol me muerda con sus dientes de cobre, que se licue en ánfora de nostalgia el dolor de mi pena.
Sucede que el amor esquiva mi lánguida marcha de mortal mancebo que se torna ingenuo mi andar de llanuras, que se rompe el vaso en el que ya no bebo, ése licor de espumas que me diste un día, ese clamor de hombre que se cayó del beso.
Resulta que a veces me cansa la vida. Ocurre que siento orfandad en mis bríos y la carne me quema pegada a los huesos, como un trozo de seda a la luz de una vela como migas de pan ardiendo en el fuego. Sucede que a veces soy solo palabra de un sauce que llora mi muerte en los versos.